A Roberto Mariano
Taira y a Luis Ángel Ayala,
compañeros de no
pocas aventuras,
incluso
gastronómicas…
Empezaba a caer la noche de un miércoles frío del mes de
julio y Roberto García, San Epitafio y Don Cleto Pelinsky estaban sentados en
la mesa de Los Perros Románticos. Conversaban con gracia y con animosidad. Con
liviandad. La mesa estaba ubicada junto al baño, al fondo, un poco después de
la cocina, es decir en el lugar más importante de Nacho Libre: el punto exacto
donde terminaba el largo pero angosto local cuya forma se parecía bastante a la
de un pasillo. Ese sector de la taquería era el más oscuro del lugar, de modo
que, al no haber ventanas, la principal fuente de luz provenía de la puerta de
entrada. Ese efectolumínico tan propio de los bodegones definía el ambiente en
el que se encontraba la mesa: una cierta penumbra interior que chocaba con la
luz tenue del ocaso que se estaba produciendo afuera, ya que era vísperas de un
nuevo anochecer en la ciudad de Puerto Rico.
Desde ese fondo, desde esa mesa y desde esa atmósfera de
iluminación confusa es que vieron ingresar al Licenciado en Antropología. Hecho
curioso, ya que cualquier persona que entrara en ese momento del día no sería
identificable durante unos cuantos segundos: primero ingresaría la imagen de
una figura humanoide saturada por el contraste de la luz exterior y, conforme
la figura avanzara y la vista se fuera acostumbrando a la escena en formación,
podría recién comenzarse a saber su identidad. En este caso supieron
automáticamente de quien se trataba ya que el Licenciado en Antropología era la
única persona en el universo que podría usar un sombrero tan feo, tan viejo y
tan grande como el suyo.
En la mesa se
produjo un silencio ylos tres comensales contrajeron la respiración, como si se
hubieran incomodado un poco. No es que no lo quisieran al Licenciado en
Antropología, sólo que quizás hubieran preferido no cambiar el clima apacible
del ambiente que hasta ahí habitaba la mesa de los Perros Románticos.
-Chavales, ¿cómo andan? –dijo el Licenciado en Antropología
mientras manoteaba una silla de madera y, casi en el mismo movimiento, se
sentaba sobre su sentido inverso, apoyando el pecho sobre el respaldo. Nunca
nadie supo la razón o el origen del dialecto del Licenciado en Antropología:
utilizaba palabras de distintas procedencias que él mezclaba sin mayor criterio
y, a rigor de verdad, con bastante mal gusto. El estilo country del farmer
norteamericano y la cultura lumpen suburbana convivían en él sin motivo alguno
y también sin contradicción.
Roberto García,
San Epitafio y Don Cleto Pelinsky se miraron en silencio. Apenas si San
Epitafio, cuyo rol en la mesa es la de mayor participación, pronunció un
dubitativo “pshh” mientras se acomodaba sin mucho entusiasmo las solapas de su
saco gris y se cruzaba de brazos, resignado.
-Naturalizado –dijo con entusiasmo el Licenciado en
Antropología-. Naturalización del propio hábitat.
Los tres amigos lo miraron simulando un interés que en
verdad no poseían. A pesar de que nadie acotó algo y de que nadie le preguntó
acerca de lo que acababa de decir, el Licenciado continuó su alocución,
impertérrito, entusiasmadísimo en el relato que estaba iniciando.
-En este pueblo (o en esta ciudad, qué más da), se ha
naturalizado hasta la más fuerte de las referencias topográficas.
El Licenciado
volvió a hacer una pausa, abusando de ese recurso dramático. Abrió los ojos y
miró a sus interlocutores. Su propio pensar lo apasionaba. Aunque él no lo
supiera del todo, al resto de los humanos su pensamiento no le generaba el
mismo efecto. De modo que nadie preguntó, tampoco esta vez, cuál era dicha
naturalización o, siquiera, a qué se refería con todo lo que estaba diciendo. A
sus interlocutores la apertura tan pronunciada de los párpados por parte del
orador les parecía siempre exagerada y,
en el fondo, les rompía un poco los huevos. Por cierto, resta aún informar a
los lectores que el Licenciado en Antropología, en rigor de verdad, no había
aprobado más que tres o cuatro materias en la Facultad, fenómeno que según él
mismo se debió a “un terrible enamoramiento” con una muchacha del Conurbano
Bonaerense, a quien había conocido en una fiesta de militantes del Partido
Comunista Chino. Y, como lo sabe todo el mundo (siguiendo el argumento del
Licenciado), no se puede estudiar estando tan enamorado. En la mesa de los
Perros Románticos existía un cierto consenso en pensar que esa explicación era
verdadera, sólo que escondía el hecho de que ninguna actividad se puede hacer
demasiado bien cuando se está muy enamorado. En fin, el Licenciado continuó
finalmente con su disertación:
-Es muy claro: el hecho de que haya sido naturalizada la
situación de ser un agrupamiento urbano situado en el margen de uno de los ríos
más imponentes de América del Sur. ¡Qué bárbaro!
-Naturalizado paraguayo- dijo estentóreamente Roberto García
cruzando también él los brazos e inclinándose en el respaldo de la silla. A la
picardía de éste se sumó una carcajada contenida de San Epitafio y otra casi
sarcástica de Don Cleto Pelinsky. Para ese momento, qué duda cabía, había
resultado necesaria alguna forma de descompresión, y el humor suele ser eficaz
cumpliendo esa función.
“Que bárbaro”, repitió algunas veces más el Licenciado en
Antropología mientras continuaba su fundamentación. Y ese fue, en definitiva,
el punto de quiebre: la quinta vez que fue pronunciada la expresión “qué
bárbaro”produjo que Don Cleto Pelinsky entrara en acción. Nada más y nada menos
que como consecuencia de ese preciso e innecesario quinto “qué bárbaro”: fue en
ese momento que pergeñó su maldad, su obra maestra discursiva. Lo dejó hablar
al Licenciado en Antropología, lo dejó explayarse en sus rúbricas, y lo hizo
con paciencia, con escucha, con parsimonia y hasta con elocuencia. Cuando
finalmente el disertante fue bajando el volumen y la energía de su relato,
Pelinsky acometió con todo.
-Estás en lo cierto- dijo con voz amable pero grave.
El Licenciado
se detuvo en sí con asombro: sucedía que Don Cleto Pelinsky gozaba de su
absoluto respeto, algo que no le sucedía con los demás Perros Románticos. Esto
se debía, probablemente, al hecho de ser Pelinsky el de mayor edad, quién más
experiencias tenía, y también a la paradoja de ser, al mismo tiempo, el más
conservador y el más cosmopolita de todos.
-A propósito de naturalizaciones -dijo Don Cleto Pelinsky-,
esta mañana el Washington Post publicó una revelación científica que marcará un
antes y un después en el estudio del hombre y sus formas culturación. Todavía
no ha trascendido demasiado en el resto de los medios, pero creo que es
cuestión de tiempo. El artículo da cuenta de una visión muy distinta
(ciertamente revolucionaria) acerca de lo que más ha sido naturalizado en
nuestra cultura global, y que no es otra cosa quela diferencia entre géneros.
Toda la mesa lo
escuchaba ahora con devota atención, incluso con convicción. Pelinsky percibió
ese efecto en sus interlocutores: supo entonces que estaba allanado el camino
para que su plan fuera concretado.
-Ya no es más macho y hembra, hombre y mujer, blanco y
negro, cara o seca, en fin: finalmente se supo que el género y la identidad
sexual es consecuencia de un largo proceso de culturación. Esto quiere decir
que, desde un punto de vista biológico, somos todos hombres y mujeres al mismo
tiempo, mal que le pese a algunos. ¡Pero sí!–al decir esta frase Don Cleto
Pelinsky golpeó su puño contra la Mesa de los Perros Románticos, sobreactuado,
quizás, la escena-. Finalmente lo supimos: la condición humana es hermafrodita.
Y conste una cosa: les digo todo esto porque es una revelación científica, no
una opinión, bien saben ustedes que soy bastante retrógrado en estas cuestiones
y que, para mal de males, no tolero mucho a la militancia feminista.
-O sea… ¿decís que tenemos un costado femenino… todos?–. La
voz del Licenciado en Antropologíairrumpió con un hilo de preocupación. No se
supo bien si había sido una queja, pregunta, un lamento o una reafirmación. A excepción
de él, todos los amigos de la mesa sabían de su preocupación principal: la
consecuencia psicológica de que, hacía unos años, una bruja le pronosticara,
gracias a la manipulación de una bola de cristal, que él no era hombre sino
mujer. Por más absurdo que la revelación fuera, tuvo un efecto innegable en la
constitución identitaria del Licenciado en Antropología, ya que este no supo
comprender del todo la complejidad del tema de las reencarnaciones. “Se me
complicó cuando me habló tanto de las vidas pasadas”, había contado el
Licenciado al salir de entrevista con la bruja. En fin, hace mucho tiempo de
eso y lo que a nosotros nos interesa, a los fines de esta historia, es que fue
precisamente en ese dato biográfico que se basó Don Cleto Pelinsky (como buen
amigo que era) para intentar psicopatear al Licenciado:como quien conoce los
puntos débiles del enemigo y los usa a su favor sin demasiada preocupación y
sin códigos de ética alguno.
-No –dijo mirando fija y gravemente a los ojos del
Licenciado en Antropología-, no es eso. Es mucho más que tener un costado
femenino algunos y uno masculinootros. Eso ya se sabía, de lo contrario no
habría sido publicado en la primera plana del Washington Post, periódico que,
como todos sabemos, no es ni Clarín ni Página 12.
Ya dueño de la
situación ysabiéndose ganador, Don Cleto Pelinky miró a los demás comensales,
sonrió con sutileza invisible, y continuó:
-Es que el Licenciado está en lo cierto: con
“naturalización” nos está diciendo, de modo ciertamente aforístico,algo que
está en la misma dirección general del sentido del artículo del Washington
Post: que hemos naturalizado hasta los más básicos componentes de la condición
natural: ser personas con un único sentido sexual.
El
Licenciado en Antropología se puso pálido, como si estuviera mirando una
película de terror.
-No te puedo creer-, dijo mientras exhalaba el aire retenido
durante unos segundos de intenso soliloquio interno. Estaba preocupadísimo.
-Pues claro hombre- remató Pelinsky-. El mejor ejemplo de
esto es el hecho biológico de que el ano sea la parte más erógena del cuerpo.
Esuna verdad grande como una casa.- Golpeó nuevamente la mesa y continuó,
enérgico:-. Que lo sepan todos los argentinos: el ano es la zona más erógena de
cualquier cuerpo. Es en donde más terminaciones nerviosas hay y, por lo tanto,
la zona de mayor sensibilidad. No quiero ser desagradable, en esta mesa de tan
refinados caballeros, con lo que a continuación voy a decir: esa es la simple
razón por la cual nos gusta tanto cagar. Y todavía más: en el hombre ese placer
se acentúa a partir de los viejos y conocidos efectos prostáticos.
En la mesa de
Los Perros Románticos se produjo un silencio de velorio. Todos sonreían para
sus adentro a excepción del Licenciado en Antropología, que de pálido pasó a
estar francamente angustiado. Toda su vida anterior desfilaba ahora por su
cabeza con torbellinos de imágenes mentales. Permaneció en ese estado narcótico
por unos momentos, absorto en sus pensamientos, mientras Don Cleto Pelinsky se
relamía en su crimen perfecto. Cuando ya San Epitafio comenzaba a sacar a
relucir un nuevo tema de conversación, el Licenciado en Antropología se levantó
y, sin pronunciar palabra ni producir saludo alguno, salió de la taquería con
un andar fantasmagórico. Una vez en la vereda se puso la campera, metió las
manos en los bolsillos del único jean que en verdad tenía, y comenzó a caminar,
cabizbajo, en dirección al río. Suspiró con profundidad y entonces se dijo en
voz baja:
-Juipitauira.
Puerto Rico, julio de 2016/ enero
de 2017
Por Kevin Morawicki
Muy bueno. Keep writing !
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