MONTECARLO. La desigualdad social presente se puede medir
también a futuro en función de las oportunidades que tienen las nuevas
generaciones, donde no siempre alcanza con soñar una vida mejor y ponerle el
máximo de los empeños, la realidad indica que muchos jóvenes se ven forzados a repetir la historia
de sus padres, aún sabiendo que ese camino no los conduce al destino que les
gustaría.
El diario PRIMERA EDICIÓN habló con dos jóvenes que aunque
desean estudiar para poder ayudar a sus familias y salir adelante, la realidad
social en la que viven no se los permite, y este año se vieron obligados a ir a
tarefear para poder subsistir. La realidad de ellos es también la de otros chicos y chicas que tienen un
sueño en el pecho que les hace desear y esforzarse cada día esperando que en
algún momento la vida les tire una oportunidad.
Karen Rocío Maidana (21) es del barrio Sarmiento, hija de
familia tarefera, su padre fuera de temporada de zafra hace todo tipo de
trabajos rurales y de él heredó sus ganas de trabajar y de superarse: “Yo veía
el sufrimiento de mi papá que no daba a basto porque en la casa somos muchos,
además yo quería tener mis cosas y mis padres no podían, así que ya desde muy
chica me iba a ayudarlo en la tarefa.
Por eso dejé el estudio, porque quería ayudar en casa y
tener mis cosas, además no me gusta que nadie me mantenga, pero después me di
cuenta que sin estudio no iba a llegar a ningún lado y volví a la escuela y terminé el
bachillerato en administración empresarial con el segundo mejor promedio”, contó.
En la familia de Karen son en total 8 hermanos y por más
esfuerzo que le pongan sus padres, la plata no alcanza. El año pasado tuvo el
sueño de ser psicóloga, pero no pudo seguir la carrera por la situación
económica y durante la zafra se fue a tarefear.
Ahora, está trabajando en Puerto Iguazú, pero no renuncia a
sus ganas de estudiar y se inscribió en la carrera de maestra jardinera que se
dicta en su localidad. Trabajará en la ciudad de las Cataratas hasta febrero y
luego iniciará la carrera, que no es lo que realmente quiere, pero cree que en
esto tal vez tenga una oportunidad porque puede estudiar sin salir de su
pueblo.
Jairo Garay (22) es del barrio Paz, hijo de una cocinera de
escuela y un albañil, en su casa son en total 9 hermanos. Dejó la escuela a los
15 años para ir a trabajar pero ahora se arrepiente: “este año me dediqué a
tarefear porque no tenía otro trabajo, estaba en la construcción pero me quedé
sin trabajo y no tenía otra cosa para
hacer. Ahora estoy acompañado y mi señora está embarazada de nuestro
primer hijo”, contó sobre su realidad presente.
“Yo dejé la escuela a los 15 años porque no quería estudiar
más y me fui a trabajar pero ahora me arrepiento y me gustaría terminar la secundaria,
pero cada vez se me hace más difícil, no quisiera más volver a tarefear pero si
no me queda otra voy a tener que hacerlo. Yo quiero un futuro mejor pero se me
hace muy difícil ahora, me quedé atrás en mis estudios y todos te dan la
espalda si no tenés estudios”, dijo.
Sobre su experiencia en el yerbal, esto contó: “Luego de la
jornada de trabajo uno queda destruido, además veo a los que ya están hace
tiempo haciendo este trabajo y los veo muy a afectados porque es un trabajo muy
sacrificado, no quisiera tener que volver a esto”, expresó.
El tarefero le pone humor a la tarea diaria y se ríe, trata
de divertirse en medio de la tragedia existencial que representa no tener
opciones y ver que se está entregando la vida en una tarea que no tiene futuro,
que te ofrece el sustento diario pero no más que eso y que te destruye la
salud.
Así lo contó Karen: “Nosotros hacíamos chistes y tratábamos
de ponerle buena onda porque sino esto te tira abajo, llegás al final del día y
te sentís muy mal porque el trabajo es muy duro, y a todos les pasa igual,
entonces tratamos de darnos ánimo entre todos para no estar tan caras largas y
no pensar en lo que nos está pasando”, detalló.
La jornada del tarefero arranca a las 3 de la mañana cuando
se levantan para hacer la vianda del día, luego al camión y al yerbal, que puede
ser un viaje de varias. Llegados se reparten las ponchadas (donde se carga la
yerba), y se reparten los números a los tareferos al igual que a las ponchadas,
a modo de organizar el trabajo. Al medio día algunos paran para comer y otros
no, porque el tarefero gana en proporción a su cosecha. Al final de la jornada se pesan los
raídos y se cargan al camión que lleva
al secadero. Ahí los tareferos regresan a su hogar, molidos, a intentar
recuperarse para el día siguiente.
Karen no es la única chica que hace este trabajo, aunque no
abundan porque según cuenta, “muchas prefieren quedarse en la casa aunque
tengan necesidades, yo en cambio, prefiero
trabajar, como me enseñó mi papá, a trabajar de cualquier cosa pero no
ser una mantenida. Además algunas chicas tienen vergüenza de hacer este tipo de
trabajo, para mí es al contrario, para mí es un orgullo trabajar”, dijo.
Sobre los efectos del trabajo duro en el cuerpo de una
chica, esto contó: “Es un trabajo que te lastima todo el cuerpo, te daña las
manos y la espalda, yo ahora ya tengo problemas de la espalda, y mi hermano,
por ejemplo, tiene apenas 26 años y está muy grave de la espalda porque empezó
muy chico”, contó.
En el caso de los varones, Jairo explicó otra realidad:
“entre los muchachos no quieren hablar ni de estudio ni de trabajo y hay una
entrada fuerte de las drogas, eso es lo que veo entre los jóvenes de mi edad,
pero no hay un esfuerzo por el estudio o el trabajo”, dijo.
Si bien la realidad adversa es la misma, no todos reaccionan
de la misma forma a ella, y en algunos casos los jóvenes intentan huir a las
drogas.
“Mi reflexión es que los jóvenes se preocupen más en
estudiar y en aprovechar las oportunidades que le dá la vida, que no todo es
joda que se alejan de las drogas porque en ese camino no hay futuro, y que
luchen por lo que quieren, que no se rindan, hay que procurar, salir a buscar
trabajo, de lo que sea, para salir adelante”, reflexionó Jairo.
Karen, de su lado, también hizo una reflexión al respecto:
“Algunos chicos tal vez se deprimen por la situación de su familia, porque es
muy triste su realidad y eso los empuja a las drogas, pero no se dan cuenta que
con eso empeoran todo, es para sufrir peor, tanto ellos como sus padres”, dijo.
Además, analizó la realidad social que le toca enfrentar a
ellos en comparación con otros de su misma edad que tienen más oportunidades: “Hay
muchos chicos que pueden estudiar la carrera que quieren pero no aprovechan,
gastan plata todo al pedo en la joda y eso da bronca porque uno necesita y ve
que otros tienen la posibilidad y no aprovechan. Yo con tener una carrera creo
que ya cambiaría toda mi vida, podría ayudarlo a mi padre y que ya pueda dejar
de tarefear, ese es mi sueño, no me gusta más que siga haciendo eso, quiero
sacarlo de ahí, ya sufrió mucho”.
Además, la joven dio un mensaje a los jóvenes: “Mi mensaje
para otros jóvenes es que si tienen la posibilidad de estudiar que estudien,
que luchen por lo que quieren y que no se alejen nunca de sus padres”.
Finalmente, quiso agradecer: “Mi agradecimiento es a mis viejos
que me inculcaron cosas buenas para la vida, como a luchar por lo que quiero.
Les quiero decir que yo siempre voy a estar para acompañarlos en todo lo que
emprendan y que son mi orgullo y que los amo con toda mi alma” finalizó.
Nota y fotos: Sergio
López para PRIMERA EDICIÓN y El Periódico Misiones.
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